- Con apenas de 16.200 casos confirmados y menos de 900 decesos en un continente con 55 estados soberanos y más 1.300 millones de habitantes (menos del 15 por ciento de la población mundial), el grado de penetración de la pandemia de la COVID-19 en África es algo más que un misterio.
Sus cifras son infinitamente menores a las de Francia, Italia o España, los países más golpeados en Europa, y casi ridículas si se compara con Estados Unidos o China.
Sin embargo, el impacto que ha tenido en la vida y en particular en la precaria industria del fútbol africano ha sido la misma que en el gran negocio global en el que se ha convertido el balompié.
Campeonatos continentales y ligas nacionales suspendidas, jugadores confinados, aficionados privados de emociones, estadios, praderas, canchas improvisadas y patios vacíos, estrellas volcadas en acciones solidarias y clubes sumidos en deudas y trampas financieras que le han obligado a tomar decisiones similares a cualquier empresa: reducción de salarios y despidos.
Esa ha sido la decisión adoptada por el TP Mazembe, el campeón congoleño y uno de los equipos con mejor palmarés continental: acosado por la falta de ingresos, ha recortado el salario de sus estrellas, dado de baja a parte de la plantilla y enviado a casa a parte del cuerpo técnico y otros trabajadores del club.
En la misma tesitura se encuentran los egipcio de Al Ahly, el club más laureado del continente africano, todopoderoso e histórico líder de la liga egipcia y escuadra de referencia para la mayoría de estrellas árabes.
Esta misma semana ha comenzado ha comenzado a negociar con la plantilla una reducción de los emolumentos como ya han hecho los otros dos equipos que le seguían a gran distancia en la clasificación: Arab Constractors y FC Piramys.
"Existe una gran incertidumbre en estos momentos. La crisis va a ser enorme, esto es el fin parta muchos jugadores", explica a Efe Amadou, un exjugador dedicado a buscar jóvenes estrellas en los países del Sahel que después trata de enviar a equipos del norte de África, con mayor visibilidad y músculo financiero.
INDUSTRIA PRECARIA
Con un fútbol casi amateur, de salarios bajos y contratos precarios, el cierre de estadios es un drama mayor: Amadou pone el caso de Túnez, uno de los países exportadores de jugadores, principalmente a las emergentes ligas árabes.
Semanas atrás, alrededor de 180 futbolistas y técnicos tunecinos enrolados en clubes de Arabia Saudí lanzaron un llamamiento desesperado a la federación de su país para que les rescatara y les ayudara a regresar a sus casas después de que la liga se suspendiera y los equipos no les dieran una respuesta satisfactoria.
"El problema es cuánto tiempo puede durar esto", advierte Jean Gilbert Kanyenkore, entrenador del Vital'O FC, de la liga en Burundi, una de las últimas en cerrar las puertas.
Al igual que en Europa, la vuelta a los entrenamientos y a las competiciones es un misterio víctima de la lucha entre los intereses económicos de la industria futbolística -que mueve miles de millones de euros anuales en derechos de televisión y fichajes- y los gobiernos, preocupados por una crisis que apunta a la línea de un sistema neocapitalista poco sostenible.
De momento, la Copa África de Naciones (CAN), que este año se iba a celebrar por primera vez en junio para adaptarse a las ligas europeas y no chocar con los intereses de los clubes, que se quedaban sin sus estrellas africanas un mes a mitad de temporada, ha sido pospuesta y colocada de nuevo en el mes de enero, pero de 2021.
También queda en el aire la resolución de la Copa de Campeones de clubes, aunque en este caso quizá apenas modifique el calendario ya que la fase decisiva se disputa a partir de septiembre, como las eliminatorias para el Mundial de 2022. Una situación que deja a miles de jugadores en el aire, envueltos en la incertidumbre y la precariedad.
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