La imagen de Daniel Parejo levantando sobre el cielo de Sevilla la Copa del Rey en el año del centenario, ha quedado grabada en los corazones de los valencianistas, que pase el tiempo que pase no olvidarán al capitán, un símbolo del Valencia.
No todo es como empieza,
Di Estefano dijo de él que era “la mejor joya” del Real Madrid, pero en el primer equipo del club blanco no tuvo la oportunidad de demostrar qué clase de jugador era, algo que sí que pudo hacer en su etapa en Getafe, donde consiguió llevar al equipo a Europa por primera vez en su historia. Pese a tener muchos pretendientes tanto en España como en Europa, el de Coslada decidió probar suerte en Valencia, y el 4 de junio del 2011 se convirtió en jugador del club blanquinegro.
Sus primeros años fueron convulsos, con muchas subidas, bajadas y problemas externos al terreno de juego que no gustaban nada a la afición che. Aunque con Ernesto Valverde ya dejó algunas buenas actuaciones, no fue hasta la llegada de Pizzi cuando por fin demostró por qué Alfredo Di Estefano le había dedicado aquellas palabras.
Tuvo la oportunidad de volver a Madrid y jugar de rojiblanco en el Calderón, pero estaba ilusionado y se quedó en la capital del Turia, donde acababa de aterrizar Peter Lim.
Todo le vino rodado: pesos pesados se marcharon, se hizo con el dorsal número 10 y con el brazalete de capitán, explotó su faceta de goleador y celebró con el equipo un cuarto puesto que había batido el récord de puntos en esa posición en la historia del fútbol español.
Y entonces la frase de “todo lo que sube, baja” se convirtió en una realidad para el capitán. Después de una temporada excelente, llegaron los momentos más difíciles de Dani Parejo con la camiseta del Valencia. El equipo no funcionaba y la grada fue muy exigente con él debido al brazalete, lo que le hizo renunciar a él. Pidió a sus agentes que le sacaran de Valencia y cuando vio que el club no se lo ponía fácil, se negó a seguir entrenando, pero tuvo que pedir perdón y volver. Las cosas no fueron a mejor ni dentro ni fuera del campo y la gota que colmó el vaso, fueron unas imágenes suyas de fiesta en las que no estaba en buen estado. Después de eso, todo el mundo le veía fuera del Valencia
Sino como acaba
Cuando la grada le visualizaba ya con la camiseta del Sevilla llegaron Marcelino y Mateu Alemany, que fuero el catalizador del juego y la actitud de Dani Parejo.
El madrileño confió en lo que le proponían y se convirtió en la extensión del entrenador en el terreno de juego. El juego del equipo salía y pasaba por sus botas, los puntos se sumaban de tres en tres, la grada cayó rendida al juego del 10, y atrás quedaron los años convulsos. Volvió a colocarse el brazalete de capitán y terminó la temporada con el equipo en puestos de Champions y con 42 partidos, 8 goles y 10 asistencias a sus espaldas.
Y entonces llegó el año del centenario del Valencia, 100 años de historia que bien merecían una buena actuación del equipo, y sobre todo de la persona que llevaba la capitanía en una fecha tan importante.
Los primeros meses vaticinaban una celebración muy amarga. Además,los fantasmas del pasado volvieron a asomarse por Mestalla en forma de algún silbido desde la grada, pero pasado el 2018 y metidos de lleno en el año centenario, los resultados ahuyentaron a los fantasmas y a las nubes negras que se cernían sobre el capitán, se transformaron hasta dejar un cielo iluminado por los focos y las estrellas de Sevilla en la noche del 25 de mayo de 2019.
Dani Parejo se retiró entre lágrimas por una lesión que no le dejó terminar el partido, las mismas que más tarde derramó mientras subía, cojeando, al palco donde le esperaba la Copa del Rey. La levantó y sus lágrimas y su sonrisa fueron las de todos los valencianistas, que en aquel momento cayeron rendidos al capitán del centenario, el que había hecho posible aquello.
“Me quiero retirar en Valencia”, ha dicho numerosas veces el madrileño, que ya se siente como un valenciano más. Y es que no solo demuestra la capitanía en el terreno de juego, sino que lleva al Valencia allá donde va, dejando imágenes que quedarán siempre grabadas en la retina de los valencianistas.
Él, con medio cuerpo fuera desde la cabina del piloto al aterrizar en Valencia después de la final, sus lágrimas de emoción al escuchar en Mestalla el himno de la Comunidad Valenciana, los vídeos que muestra en redes sociales en los que sus hijos entonan los cánticos más famosos de Mestalla…
No se podrá contar la historia del Valencia sin hablar de él, de cómo pasó de tener pie y medio fuera a ser la pieza fundamental de una de las noches más bonitas del valencianismo. El madrileño ha escrito su nombre en la historia del club de la capital del Turia, y cuando pasen los años, los que tuvieron la suerte de verle repartir el juego en el centro del campo de Mestalla, relatarán cómo maduró como jugador y persona vistiendo el escudo del murciélago. Se hablará de él como un símbolo valencianista, como uno de los genios que han sido parte de las páginas más doradas del Valencia.
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