Que no se trate ahora de decir que lo que ocurrió una vez finalizado el partido fue típico de un partido de Copa. No, de ninguna manera. Fue un bochorno. Una vergüenza (más) para Peñarol como institución. Pero este espacio es para hablar de fútbol y lo que ocurrió en la cancha durante los 90 y tantos minutos sí fue un partido de Copa Libertadores.
Peñarol y Palmeiras regalaron un gran juego. Lástima que para el equipo uruguayo terminó mal algo que había comenzado muy bien. El 3-2 (mismo resultado de San Pablo hace dos semanas) dejó último al aurinegro y prácticamente condenado a no seguir en el torneo continental. Sin embargo, poco se le puede reprochar al equipo dirigido por Leonardo Ramos, que en los primeros 45 minutos desplegó el mejor juego desde que el técnico se hizo cargo.
Presión alta, asfixiante, sin darle espacios al rival; recuperación del balón, buenas triangulaciones, dinámica, despliegue, un buen circuito futbolístico por derecha. Todo eso fue Peñarol en la primera mitad.
El 2-0 con el que se fue al descanso se gestó en la actitud y concentración que tuvo el equipo, pero también en el buen juego. El desplazamiento de Nández desde la banda derecha al medio no se sintió, porque el capitán igual tuvo que ver en el primer gol y porque además Alex Silva se desempeñó bien. Justamente por la zona derecha se gestaron los goles, con Nández pasando, mostrándose para volver a recibir y mandando el centro para el gol de Affonso y luego con Petryk copiándolo para dejar de cara a la red a Junior Arias.
Palmeiras era una sombra. Había sorprendido con la formación (3-4-2-1) y con la alineación, porque Zé Roberto, Tché Tché y Willian habían quedado en el banco. ¿Subestimó el equipo paulista a Peñarol? Quedó esa sensación, porque cuando el técnico mandó en el inicio de la segunda mitad a Tché Tché y a Willian, todo cambió. Para mal de Peñarol.
Allí fueron los brasileños (ya con un 4-3-3) los que se pararon en campo de Peñarol, los que hicieron diferencias por las bandas y los que estuvieron más frescos ante un elenco mirasol que pareció haber sentido el desgaste de la primera mitad.
Entonces empezaron a caer los goles y a aparecer los errores. El más grosero el del 2-2, porque un centro llovido desde tres cuartas canchas cayó en el área chica sin que Quintana saltara para molestar a Mina ni Guruceaga (más responsable por estar de frente) saliera a cortarlo. El 2-2 solo dio lugar a pensar en que lo peor estaba por venir y así ocurrió. Willian sentenció el juego con el tercero y quizá la suerte de Peñarol en esta Libertadores, porque está último y con un saldo de goles muy negativo.
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