Messi marcó su gol número 700 (¡qué enormidad!) y lo hizo con distinción: transformando un penalti a lo Panenka. Pero no se retiró feliz del campo, tras otro empate, el tercero desde que volvió el campeonato. Con un partido menos, el Madrid tiene ahora un punto más. Le vienen los dos rivales más difíciles de este tramo, el Getafe y el Athletic, pero los afronta con margen. En cuanto al Atleti, el punto sí le vale, porque tiene lo bastante consolidada su posición como tercero de la tabla como para darlo por bueno. Ese es el saldo, tan igual y también tan desigual, de un buen partido, jugado con ardor, intensidad y golpes de acierto.
Un buen partido que mereció mejores goles. El primero, con el que se adelantó el Barça, fue un autogol inédito. Los restantes llegaron en penaltis no estrepitosos, pero reales, y todo gol de penalti tiene algo de golpe de matarife, aunque sea transformado con la elegancia con que lo hizo Messi. El primero que marcó el Atlético, por cierto, llegó con repetición. En primera instancia Ter Stegen se lo detuvo a Diego Costa, pero Mateu Lahoz avisó desde la sala VOR de que se había adelantado. Muy ligeramente, sí, pero se había adelantado, así que hubo repetición, ahora por parte de Saúl, y gol, con quejas insistentes y amargas de Piqué y Messi.
Por el Barça llamó la atención Riqui, por su partido completo y solvente, manejando y manejándose con criterio. Un partido que le doctoró. Eché en falta a Ansu Fati, que no entró hasta el final, con su conocido peligro. Setién optó esta vez por un 4-4-2, con Arturo Vidal en la media. Por lo que respecta a Griezmann, chupó banquillo hasta el descuento. Respecto al Atlético, en el que esta vez Llorente no creó tanto peligro como venía creando, Carrasco estuvo enorme. A él le hicieron los dos penaltis. Un partido que justifica su repesca desde China, que confieso que me extrañó. Pero todo el Atlético estuvo solvente y así se ve más cerca de su objetivo.
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