Acabó el partido. Los jugadores del Madrid consolaban a los del Bayern en el césped, apenas lo celebraban. La tensión de una noche eléctrica les había atenazado. Pasaron tres minutos y entonces se dieron cuenta de la gesta. "Estamos en la final, otra vez, por tercer año consecutivo". El Bernabéu se recuperaba del susto, del enésimo sobresalto, de otra noche al límite que no olvidará fácilmente. Se puso a cantar eso de "reyes de Europa" para liberarse mientras su equipo se ponía a soñar con Kiev, con la llamada Decimotercera, después de un partido para recordar, loco, en el que nunca afloró tanto el instinto de supervivencia de los blancos, que nunca mueren ocurra lo que les ocurra. El Bayern, magistral en su empeño pese a las bajas, tuvo la clasificación a un gol y lo persiguió como si fuera lo último que tenía que hacer en este mundo, hasta el sexto minuto de descuento, sin desfallecer. Devaluarle será hacer el ridículo, pero puede ocurrir. Verán. Ni es un equipo de veteranos ni en declive, pero quizá lo lean. Perdió como los más grandes el día en el que Keylor, señalado siempre, y Benzema, el proscrito de todos los días, salvaron al sufrido campeón.
Todos los fantasmas se habían aparecido por el Bernabéu. Han debido quedar cada vez que juega allí el Madrid un partido de Copa de Europa. Primero se adelantó el PSG en octavos, después fue la Juventus en el primer minuto de la vuelta de los cuartos y en semifinales, en el duelo decisivo, el Bayern no tardó mucho en dar un nuevo aire a la atmósfera que había creado el madridismo. Fue en el primer ataque del equipo de Heynckes, en un balón que no acertó a despejar Ramos y que embocó Kimmich. La eliminatoria, sin estar perdida para los locales, daba un vuelco. Lo que pasó después fue el tercer capítulo de la vida en el filo o la Champions que vivimos peligrosamente. Eso podía decir el Madrid.
Sus múltiples imperfecciones y la salida imponente del Bayern provocaron 20 minutos de pánico en Chamartín. Zidane había decidido dejar a Casemiro en el banquillo. El plan podía haber sido que Kovacic ayudara a Lucas (sustituto de Carvajal), pero sin embargo fue Modric. La autopista para Ribery y Alaba era de cinco carriles, alemana. El fallo de Ramos había dejado como a un flan a la defensa madridista, titubeante en cada acometida del Bayern, un equipo con personalidad y arrojo, como toda la vida, bien dirigido por James, muy protagonista, y Thiago, los dos magníficos a la hora de filtrar balones, uno a la banda, el otro al corazón del área. El escenario era tan extraño para el Madrid, superado, que Benzema era su mejor jugador, tanto que el delantero francés, en la primera llegada blanca, empató de cabeza tras un enorme pase de Marcelo. La temporada pasado lo hizo en el Calderón, en el partido de vuelta de semifinales. Habían pasado sólo 11 minutos y parecieron 11 lunas.
El gol blanco no cambió demasiado el panorama para el Madrid, demasiado pendiente de contener al Bayern, sin apenas control sobre el partido (echó de menos a un secuestrador de la pelota como Isco) ni excesivo colmillo pese al buen desempeño de Benzema, que peleó como nunca y se asoció como siempre. Asensio no aparecía y tampoco Cristiano, que se entonó al final. A lo único que podía aspirar el equipo de Zidane era al intercambio de golpes, pero el Bayern pegaba más. Keylor se la paró a Lewandowki y después fue James el que la pifió debajo del larguero. También Marcelo falló el último pase cuando estaba en las fauces de Ulreich.
La presión del Bayern fue aflojando después, pero no el interés por marcar. Sin ser tan retórico como en la época Pep, el campeón alemán se mostró como un equipo directo, contundente, machacón, como siempre fue. En el minuto de descuento, Kimmich centró y la pelota dio en la mano de Marcelo dentro del área. ¿Penalti? Çakir no lo pitó. No lo tuvo que ver, aunque fue claro. Más madera para los que intentan ser felices con este fuego.
El fútbol es tan impredecible que nada más arrancar el segundo tiempo, en una jugada sin peligro alguno, Tolisso (que había sustituido a Javi Martínez) se le dio a Ulreich. El portero dudo si cogerla con la mano o darla con el pie y se trastabilló. El balón le pasó por delante y acabó en las botas de Benzema que no falló. 2-1.
El Bayern estaba a dos goles del milagro, pero su fe fue extraordinaria. Lo intentó por todos los medios, desde fuera del área, y la paró Keylor con una mano prodigiosa, y hasta la línea de cal. Tanto lo buscó, corriendo muchísimos riesgos (Cristiano perdonó el 3-1) que encontró el empate, obra de James, uno de los jugadores de la noche. El colombiano no lo celebró. Todo un caballero. Corría el minuto 63, el Madrid otra vez estaba a un gol de la eliminación, otra vez al borde del abismo, pero acariciando el cielo al mismo tiempo.
Zidane apostó por Bale y Casemiro, Heynckes por Wagner y Javi Martínez. El Bayern seguía intentándolo, ya sin tanta claridad, explotando casi siempre la banda izquierda. El Madrid, al que sostenía Keylor, buscaba el contragolpe definitivo. Siguió sufriendo, como en toda esta Champions. Çakir, que sólo tuvo tarjetas para el Madrid, prolongó seis minutos, con los locales encerrados en su área. Pero estos partidos eternos los gana el Madrid, que puede visitar el infierno varias veces mientras mantiene su residencia en el cielo.
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